18.10.10

¿Qué es la poesía?

Los versos se me escurren
como moco,
SI,
lo que leíste
porque soy un niño moqueando
en una esquina resfriada
pisándome la lengua
y jugando con los duros
en mi boca.

Porque cabe aclarar
que las letras son nuestras,
Nosotros pedimos letras además de plata
porque la plata no se come.
Las letras sí se mastican
pero no llenan
sin oídos con dolor de panza.
Así,
agravan el entendimiento
por pasearlas por cordones
sucios de las zapatillas
de la avenida del mundo.

-Cómo me gustarían unas Nike,
como las de mi primo, el Gitano-

Pero con la plata
YO
hago poesía para mi panza
y para mi espalda
porque mi papá
tambien escribe versos
en mi cara
cuando no trabajo.
No dice ser poeta pero yo creo que lo és
porque cuando se sienta en el patio
grita y canta canciones,
se cae,
fuma,
cierra los ojos
y levanta las manos
llenas de callos por la cuchara.

Mi mamá también es poeta
porque miente en la puerta del Sanatorio Allende,
¿Sabías que la mentira compra letras?
Ella lo sabe,
para mí que aprendió de
tanto caminar,
tanto llorar
con la mano extendida
porque mentir también es llorar.
Después de unos años la mentira
tiene un gusto rico,
como a crema del cielo,
como a cajita feliz.

A veces cuando camino
y juego a ser un mayorista
no le hago preguntas a mis letras
-aprendí a reirme cuando me rasco el culo-
porque le doy asco a las viejas
y justo AHÍ,
hace efecto mi poesía.

Porque,
¿Qué es la poesía sino nosotros?
Decime,
¿Qué es?




30.8.10

Si la oscuridad cierra sus ojos

Existen aquellas que desean oscurecer y otras que desean inflamarse sus propias tripas. Existen las enteras y bien formadas, o las suicidas. Fuera de todos aquellos grupos, ésta desea no ser o fingir no ser. Desea fijar sus pies y esperar en un rincón. Anhela sus lágrimas hirvientes en su mismo caldo y ruega perder su piel con el paso del tiempo. Ruega tantas veces derretirse que le confía todo su espíritu al que la derrota, como si aquello fuera una religión pagana de sacrificios y ritos. Lleva un fuego en su puño como en una tea, inapagable, invencible. Serviría para encender una maderita de cedro, fundir lacre o pedirle algún milagro a la virgen. De repente recuerdo otros fuegos, los fuegos de Cortázar, los fuegos azules, los artificiales, el de las sierras y el de los fósforos robados a mi abuela.

Ella mezcla las cartas mientras él apaga otro fuego, el de la cocina. Pone el agua hirviente sobre el café batido en dos tazas grandes. Mitad de taza para ella y llena para él. Agarra sus cartas, él la ve reír, ella le pregunta si tiene un tres rojo y de repente, después de quemar su lengua con su primer sorbo de café quedaron a oscuras. Ella camina sobre la negrura ayudándose con las manos, hacia el cajón donde guarda las velas.

25.8.10

Torturas por Teseracto

Tortura I
(Sobre el hombre)

Se prende de tus costillas el animal de los colmillos manchados y regurgita tu Nuez de adán sobre tu excremento. El atroz destino que te ha impuesto por su instinto, por ser de mayor tamaño, por comer tus crías y justificarse después con sus manos limpias. Así es la vida.

Tortura II
(Confianza ciega)

Le invité un trago, pidió un Gancia y yo quería que tome un Red Lavel. Le obligué a tomar lo mismo que yo mientras la tocaba, olía el penetrante hedor de su perfume. Lamía con mucha saliva su cuello, como queriéndome comer su piel marrón. No se quejó, hasta creo que le gustaba. Hablamos y reimos de mi erección mientras me acercaba su boca. Me pidió un cigarrillo y fue hacia el baño. Durante esos cinco minutos estuve pensando en cogérmela, sólo eso. Para cuando llegó, la abrí de piernas y la senté sobre mí. Me dijo si no quería pasar a la habitación, que realmente podía creer en ella. Agarré fuerte su mano derecha y me condujo a un cuartucho de dos por dos.
Le besaba las tetas, ella me hablaba de lo fuerte que estaba y me ayudaba con los pantalones. Le dije que fuéramos despacio, que me gustaba así. Que así había sido la última vez con mi novia.
Sentía la punta de su lengua por mi glande y ya confiaba en ella. Mi cabeza daba vueltas, demasiado. Hacía muchísimo que no fumaba flores. Estuvo arriba mío veinte minutos. Ella me dijo que acabara, que se nos acababa el tiempo para estar juntos.
Y le volví a preguntar:
¿Estarías con un hombre como yo? Calló.
No pude eyacular, ella me ayudaba a vestirme.
Le volví a preguntar ¿Estarías con un hombre como yo?
¿Podés salir solo?- dijo.
Tenía la pija más chica del mundo.
-Las ruedas no pasan por esa putísima puerta, ayudame por favor-.


Tortura III
(telemarketer)

Es martes, y no porque fuera martes (los lunes también lo pienso) pienso que mi vida es una sucesión de acciones voluntarias y matemáticas. Sino que simplemente es martes y recién pasaron dos horas. Faltan noventa minutos para el Break de cinco minutos y agoté los minutos correspondientes para el baño. No entro en la media de llamadas y utilizo un viejo procesador de textos para hablarme. “Buenas tardes, mi nombre es Fernando ¿En qué puedo ayudarle?


Tortura IV
(Anatomía)

Apagó la luz y fue a preparar mates. Pensaba.
El volvió al cuarto oscuro, desplegó sus argumentos para que callara y se tranquilizara.
Ella inmóvil, no pudo ver más que la humedad que brotaba por toda la pared blanca. Se desprendía de la Barbie pedacitos su de belleza, pedacitos de sus ojos y de su ternura. Alguien había muerto. Acabada la anestesia empezó a gritar –chorreaba baba roja imaginaria- y el dolor no era el fuego de los cortes longitudinales, sino era el espejo que colgaba de la pared. Le prendió la luz, cerró la puerta y se sentó a pensar.
Chupó unos matecitos bien calentitos. Agarró un criollito y se convenció: Esta pendeja lo único que quiere es tener el ojete parado.


Tortura V
(Se cayó del Alerce)

EL PEOR LUGAR NO ES ESTE, LES JURO. Es lo único que les digo por ahora. El peor lugar no es un lugar. El peor lugar es un espacio uniforme. Un espacio en el que no quisiéramos estar nunca aunque en éste reine la tranquilidad. Es intangible por momentos, es un momento, un segmento de espacio que ocupa tiempo. No es espacio, o sea que el peor lugar no puede ser una cárcel o una habitación (aunque a veces lo pensemos así) Es un espacio lineal sobre nosotros. Sobre nuestras cabezas, algo que realmente no podemos ver pero a veces imaginarnos que existe. Ese es el peor lugar, porque cuando lo encontramos estamos en el infierno. No en el infierno de Lucifer, esto no es sobre la religión. Ni se gasten en pensar en eso. Esto es sobre los humanos, porque el día en que se den cuenta de lo que hablo ya ni siquiera van a intentar comer, emborracharse y drogarse o enamorarse. El peor lugar es infinito y trágico, y esa tragedia te pone en jaque siempre que tenemos una estrategia armada. Es algo que evoluciona siempre para peor y eso, valga la redundancia, es lo peor. Porque nos envicia por momentos, nos estaca dentro de una órbita. Nos maneja y nos hace sentir una mierda o nos confunde. Y cuando recién se den cuenta de lo que hablo me darán la razón, de la cruel realidad, de la verdadera tortura.
Porque a veces, no sé si a ustedes les pasa, me gustaría dejar de pensar.




30.6.10

La Martita de la peatonal


La Martita nos mira con el palito
de reojo a la mañana
cuando Los maniquíes sonríen
Y se chocan,
Unos atrás del otro
formaditos, con bosta de caballo,
de blanco, de cartón,
o de traje.
Atrás mio, delante
todos miran.
Todo es verdadero,
incesante, acelerado,
las vendedoras se limpian la cara
y los ejecutivos se agolpan en la Sorocabana,

Con una carcajada ensordecedora
de grito profundo nos patea las pelotas
y molesta y encanta a la gente que ve a Tinelli.
No es un mono, pero
¿Quién no lo és?
Si hasta Dos pendejos la hicieron cantar por un par de monedas
cuando el que se paró a mirar, tiene que volver a dejarse explotar.
(quizá ese video ya esté en Youtube).

Estuve Ciego en la esquina
tratando de entenderle sus argumentos.
Pero los tacos de las botas escupían por la peatonal,
el aroma a carro me llevaba a putear mis zapatillas Adidas
y el miedo no lo manejaba.
De repente, como siempre, tuve asco de mi arrogancia nocturna
y de mi egoísmo y de mi puta intelectualidad.

Huí con causa y vergüenza por Deán Funes, corrí hasta que no la escuché decir
“Mone´aaaa, biyeteee”
Intentando que después,
nadie me juzgue.


Teseracto
Algun día del año 2009

¿Quién es Martita?


Lepucio (Cuento sobre las luces, los colores y las sombras)

Un buen primer cuento.

A Cecilia...



Lepucio
(Cuento sobre las luces, los colores y las sombras)


UNO

Estuve toda la noche buscando respuestas, traté de no ser débil de no amarrarme a tu mirada tibia que junto a la mía sostenían la eterna oscuridad de tus profundas palabras. Como sin paracaídas ni abrigo mi oído no hacía más que invitarme a caer en aquel pozo ciego. Es que siempre llegaban como por arte de magia, los momentos en que era peor interceder en tu discurso aunque estuvieras equivocada.
Diariamente caminaba por esta zona de la ciudad en medianoche, algunas veces trataba de divisar los nuevos sonidos que podía encontrar sobre la peatonal en la calle San Martín pero lo que más me interesaba era encontrar algún sentido extrañísimo a la luz de las farolas, a la de los coches, a la de los bondis, a la de los carteles de neón. Siempre detenía mi atención (monotemático) sobre esas luces, los colores y las sombras que formaban; tal vez el ser daltónico me lleve a curiosear con mis ojos, a ver si puedo percibir otra realidad cromática que otros no percatan. Empezamos a caminar desde aquel edificio donde te encontré, vos misma me dijiste que te pase a buscar por este lugar, no venías de ahí, supe que tuviste que dar una vuelta larga para aparecer en esta calle. Pero no te voy a decir nada (ya fue), todavía mi oído quiere que caiga en el agujero.
De repente, empezó a llover en la pequeña Córdoba sin Big Ben, un gris que confundía con sepias y azules formaban bandera sobre las gotas y obligaban a sostener un paraguas sobre tu sombra derretida (algún día te contaré de las sombras derretidas). Trataba de desviar mi mirada pero el Jean celeste claro, gastado, deshilachado y pisado te quedaba hermoso y yo, no podía emitir palabra todavía, ni siquiera quería fumar. Demasiado era tu escote como para no mirarlo, estaba pensando en como se erizaba rápidamente tu piel, pero ya encontraré el momento para hablar sobre collares de semillas “bolivianas o colombianas”.
Descubrí entre tus pómulos un nuevo color. Aquella luz que se reflejaba tenuemente en tu rostro, le otorgaba un brillo muy especial que desvanecía lentamente, era un rosa (como quería un rojo, un amarillo) de miedo y de duda pero también de rechazo… y dentro de mi boca llena de saliva ese rosa en tus pómulos se transformaba de a poco en un sabor verde que perpetuaba la distancia, un gesto agrio.
“Estoy demasiado cansado”- pensé, es miércoles, tuve un día de mil cigarrillos, seis cospeles y cuatro colas bancarias, pero ahora estoy encandilado por esos rosas y sólo quiero verte pintada entre rojos y amarillos, los azules no figuran los verdes son demasiado seguros.
Estabas apática, fijabas límites a mis sentimientos desde que te encontré, pero ya estábamos acostumbrados a esto porque hubo un tiempo en que a esos límites los puse yo. Siempre estábamos jugando con aquellos, tal juego se transformaba de a poco en el TEG donde el tablero se componía de nuestros cuerpos y nuestros secretos (nuestras mentiras) y los dados eran aquellos cigarrillos que me fumabas sin pedir permiso o el vino que impunemente me abrías. A veces ganaba un abrazo, a veces perdía el tiempo.
Empecé a adelantarme sobre las huellas futuras, a entender con que pie debía caminar para coordinar un paso que me acostumbre a tu andar y la verdad, tu discurso fue perdiendo importancia, una pausa o una distancia acogedora que me rescataba de tus palabras. Llegamos a la avenida (¿de donde veníamos? ¿Donde te fui a buscar?) El semáforo no era claro, los coches se morían por hablarme de velocidad y un alma de vino reserva se volvía demasiado explosiva, invisible y humana: cagona. Se sentía la música típica de mi ciudad y un lío a lo lejos, se sentía el calor de polleritas cortas que se mojaban con el paso de motos de baja cilindrada, nosotros distintos, supuestamente (equivocada) no podíamos escapar de los estribillos y dejaste escapar un tarareo que me causó risa sobre tu catedrático discurso sobre vanguardismo: Avant-garde, los primeros.
El muñequito del semáforo intensificaba su rojo en la Colón y mientras un superhéroe descalzo sustraía su criptonita de aquel cesto de basura encontré el calor de tu hombro tímido. Forzaste el contacto tratando de simular una mayor relación personal de la que tenemos y no aparentamos, tenías miedo y eso lo sentí desde el primer momento. Estabas escondiéndote en el muro embarrado que formaba mi cuerpo.
Tus días eran jóvenes y se sentía nuestra juventud, a decir verdad… tú juventud. Eran épocas en donde tus lágrimas se retorcían entre el virtuosismo de Pantaleón, unos apuntes que añejaban sobre un escritorio y un niño “colgado” que hacia las tardes de tu amante. Me hablabas al oído de ciertos grupos de Rock que ni conocías, habías impuesto una guerra que ganaba sólo aquel que aceptaba la derrota de no conocer tales agrupaciones. A veces (esta era una de las veces) podías descifrar con claridad algunos símbolos musicales entre los escalafones construidos de tu literatura predilecta, y estabas horas y horas tratando de preguntarme a escondidas si aquellos símbolos me causaban la misma sensación...el mismo placer; y como si fuera lo más importante del mundo seguías apostando cada vez mas a la charla, debías explicarme que arte te producía más éxtasis, cual de todas aquellas expresiones podía sacarte de la cabeza a ese “colgado” que no podía ver otra cosa que tu piel (a veces -esta era una de las veces- me sentía un pelotudo). Y mientras me percataba de tu profundo nivel de percepción yo quería experimentar con tus melodías, tus sueños, tus ideas y tu cintura, pero la combinación de nuestros cuerpos sólo se podía dar en un lugar profundo (horroroso) de nuestras charlas así que todo ese erotismo que me causaban aquellas palabras no vivía más allá de mis manos y tus hombros.
Hoy te encontrabas como desmembrada, no podías encontrar tu cuerpo con el tacto y aunque quería estar cerca tuyo ésta no era la forma, estabas vacía como aquel jarrón de cristal que nunca tuvo flores ni agua. Lo mismo no podías escapar (ni yo) de tu miedo, un héroe dejaba disparar ese estado tembloroso, un muñequito rojo y los autos lo ayudaban, las gotas se hacían más intensas: estábamos encerrados debajo de un pequeño paraguas al que no dejaba de sostener. Tu recelo encendió un cigarrillo que se mojaba como tu pelo, una chispa y el fuego encendieron la calma mientras no podía dejar de mirar tu boca. Y de repente, todas las luces te enfocaban… todo era tuyo: el humo de aquel cigarrillo, las gotas, las huellas futuras y tu contradicción, el superhéroe y el muñequito.

“¡Dale nene! dejá de mirar la nada que dio verde”-dijo.

Y situándome a la derecha un poco atrás perdí el paso y miré el dorso de su abrigo, no pude leer lo que decía el caligrama que habías armado en tu bolsito, un caligrama que quizás yo le hubiera agregado un par de cosas o un par de colores. Un auto y su claxon me enfrentaron sorprendiéndome, despertándome, miré el muñequito y había cambiado a rojo, te alejabas. Miraba mis zapatillas mojadas y encandilado por las luces de la avenida perdía la vista: No eras clara, no era claro y no veía.
¿Nadie puede ser claro? ¿Nada era claro esta noche? Pensé.

La óptica y Newton volvieron junto a mi confusión ocular. Poseer ojos y una pregunta (¿Tenés frío?) eran la excusa perfecta para ver de nuevo tu piel mojada. No dijiste donde íbamos, donde dirigías tu mirada y tus pensamientos. Tratabas de formular una hipótesis errónea, eras un investigador confundido sin inspiración ni preguntas… tratabas y tratabas de encontrar dudas pero estabas muy clara: recelo rosa. Quitándote el traje de investigador pude encontrar que tus manos temblaban de frío. ¿Viste que tenés frío?-yo
Formabas ondas con el humo del cigarrillo que irritaban mis ojos. Me recordaban a una pelotita de goma dentro de una cápsula que de niño sacaba de una maquinita, abría y la encontraba entre mis manos, entre mis manos tus bocanadas, rebotaban en mi cabeza y tus labios… entre mis manos tus bocanadas, rebotaban en mi cabeza y tu piel… entre mis manos tus bocanadas, rebotaban en mi cabeza y tus ojos… Te adoraba.
Desde ese momento, traté de comprender mis sentimientos, tus palabras como la lluvia mojaban mi cuerpo (sostenía mi paraguas), bañaban a esta piel pero no le daba crédito, aparte ¿esa lluvia limpiaba mi cuerpo o sólo daba humedad a este objeto? Muchas preguntas, demasiadas, halagabas algo que no querías por instantes, me dijiste que era la persona indicada para estar con vos esta noche.
Dabas forma a nuevas ideas, nuevos colores, pero estoy discapacitado, no puedo reconocerlos. Hoy nada puede ser claro, como el arco iris frente a mis ojos.

Encima,
Estabas pidiéndole seguridad a un alma cagona que caminaba sobre peatonal San Martín…


DOS

La luz es la clase de energía que puede ser percibida por el ojo humano, pero yo sentía tu luz atravesar hondamente mis sentimientos que de a ratos me permitían ser claro y mi corazón se debatía entre vivir detrás de tu sombra o derretirse entre los fuegos rojos y amarillos de tu vientre. Tratemos de pensar, tratemos de desviar la charla…

-Perdón por detener tú disertación comunista, pero ponete a pensar lo siguiente: ¿si estuviéramos bajo la mano de políticos socialistas cambiaría algo nuestra realidad? ¿Te parece que necesitamos un Chávez?- dije
-Yo no dije un Chávez, dije un socialista. Personas como vos ya perdieron las esperanzas gracias a estos pelotudos…-dijiste
-¡Pero por qué no te callas! (chiste facilísimo)- yo

Reías, no se porque te causó tanta risa, tiraste lo poco que quedaba de ese cigarrillo y te pusiste a pensar. Volvieron los tonos rosas a tus pómulos y tus ojos.
Nunca supe porque pero durante ese diálogo pude percibir una luminiscencia que venía de tus pupilas, posiblemente fueron tus ojos los que encontré demasiado enteros. Ellos eran claros como el agua de lluvia cuando me miraron y nos paramos uno frente al otro y tomaste mi mano. Me obligue a decir algo que te enojara, algo que consideraras completamente verdadero y te incomodara, algo que corte este instante de acercamiento, que marque los límites.
Juguemos entonces al TEG:

-¿hace mucho que no te digo que te amo?-
Y callamos.

“De la propagación de la luz y su encuentro con objetos surgen las sombras”. Si esa luz esta formada de desilusiones y se encuentran con un hombre objeto, ergo ¿surgen las sombras?
Caminamos en silencio desde el puesto de diarios donde estaban refugiados una parejita de niños que nos quisieron ofrecer “La Luciérnaga” y nos apuramos. El silencio que reinaba era muy parecido al que quería tapar todas las noches en mi cama. Siempre trataba de dormirme con tus ruidos y casi como si fuera un padrenuestro imaginaba tu voz a través de una charla por sms que constantemente decía lo mismo: “Loca, q ands haciendo? Dormís?” y siempre respondías, tarde, algo así: “Estoy en eso tengo mucho sueño hoy fue un día agitado. Besos que descanses”. Así, sólo con esa frase podía armar un rompecabezas imaginario de charlas todas inconclusas sobre política, música, tus libros y el “colgado”.

Ahora tu miedo era mío y pasábamos la pelota de un lado a otro, en un lado silencio y en el otro palabras afónicas. Y en ese mutismo retumbaban esas palabras erróneas ¿hace mucho que no te digo que te amo? Llegamos hacia la plaza San Martín y seguían las palabras haciendo eco entre nosotros ¿hace mucho que no te digo que te amo?... Se podía sentir la respiración de las polillas bailarinas. Silencio de teatro.
No nos mirábamos desde hace dos cuadras y no podía decirte que estabas hermosa, las gotas regaban tu cuerpo desde tu frente hasta tus pies y necesitaba abrazarte, algo imposible. Sentía como tus pasos golpeaban los charcos de agua y como tus pantalones deshilachados crujían cuando los pisabas. Trataba de contener todo un amor que parecía imposible, quería inundarme debajo de la fuerza de tus piernas y sentir con los ojos cerrados como tus manos podían nublar mi rostro con cada caricia.
Miraba mucho tus labios finos y delicados, sabía que querían decirme algo más y un recuerdo imborrable se me topó en mi mente: una vez te vi besar.
Todavía no nos conocíamos muy bien pero detuve mis ojos sobre ese cuadro (Madonna de Edvard Munch, eras realmente parecida y así, te agendé en mis contactos), tu pelo negro cerró las puertas por un instante y en una milésima observé tus labios mojados. Imaginé que aquellos labios que te besaban eran míos y aquella liga que creaste inconcientemente con saliva podía atar sábanas y piel en una noche de otoño. Me miraste, limpiaste tu boca y rápidamente corrí mi mirada, sentiste que te estaba deseando.
Nunca supe muy bien porqué quisiste conocerme después de ese incidente, ni quiero saberlo todavía.

¿Dónde íbamos? Bah… ni quiero pensar en eso, además siempre decidías todo lo que hacíamos y no porque no tuviera la autoridad de oponerme sino porque teníamos los mismos gustos realmente, los mismos gustos por la música y las empanadas. Siempre pensé que eso te aburría, que nuestra situación de sentirnos tan parecidos era algo que no te convencía. Que sentías que le hablabas a un espejo masculino, que era sólo un bastón de tus pensamientos y de tus conocimientos. Un espejo que yo también sentía por momentos y también me aburría. Pero tal vez yo no reflejaba tanta luz como vos, creo que mi energía era tan tenue que podías perderte en tu terreno, a lo mejor ese era mi error. Pero no podía cambiar mi forma de ser, quería mirarte con estos ojos que eran tuyos y eso nunca lo entendiste. Sé que darías la vida porque te tratara como aquel “colgado” que te hacía el amor y te rompía el corazón cada tres días. Pedías imposibles, nunca podría hacer eso.
Probablemente, siempre seré el “espejo colgado” en tu habitación de la segunda década, la habitación donde te sentías muy lejos de tu padre, donde desnuda fumabas y escribías poemas, donde aparecía una computadora siempre prendida bajando discografías, llena de libros que nada tienen que ver con tu carrera.
Es verdad, eso es lo que soy: un espejo en el cual reemito una energía escasa. O quizá no lo sea… y me veas como un vidrio de invernadero que retiene el calor que me brindas.

¿Por qué no quiero cambiar para vos? ¿O es que no puedo? Un egoísta.


TRES


“Los cuerpos son focos que desprenden imágenes, estos son captados a través de los ojos y de ahí pasan al alma que los interpreta”
(Lepucio 450 A.c.)

Hace sólo un año que te conozco y las raíces que tatuaste con tinta blanca sobre tu hombro ésta noche me brindaban una atención que antes no había podido encontrar, empecé a entender que extrañabas demasiado tu pueblo. Sabía que las casas neocoloniales de Alberdi parecían las de la vuelta de tu casa y que el salir a tomar mates a la plaza Intendencia calmaba tus males (siempre sola). Además podía saber sin siquiera encontrarte aunque sea en el ascensor de nuestro edificio por un par de días, como desistías de la comida que comprabas en el súper y corrías a comer en aquel comedor cerca de la terminal que te hacía acordar al de tus abuelos. Es más, recuerdo el incidente de los platos rotos en el que no quisiste llamar a tus amigas y telefoneaste al Salame que los tuvo que pagar después de la golpiza que le diste a ese morochón (borracho) que quiso invitarte con un vino. Jajaja, ¡Cómo corrimos!
Deseaba encontrar más historias que me saquen del Noise que escuchaba en estos momentos… ¿hace mucho que no te digo que te amo?
Lepucio: ¿así que la luz de esa mujer que percibo con mis ojos me llega al alma? Ojalá pudiera percibir de una manera distinta su corazón rojizo, ver toda esa misma gama de colores en mi alma e interpretarlos. Ojala pudiéramos juntarnos a charlar y me ayudaras a definir una idea truncada:

“El cuerpo mojado de una mujer puede ser un foco que desprende imágenes, vida y sentimientos, estos son captados a través de los ojos cerrados de un escritor berreta y de ahí pasan a su alma que las interpreta, como el culo”
(Caminando triste con la mujer que amo después de un vino reserva)

Nunca menguó la lluvia, tratabas de encontrar el rumbo y te sentaste en las escalinatas de la Catedral, a decir verdad tenias el freno de vivir que conozco como propio, el de las almas cagonas, el mismo freno que desactivé cuando desistí del círculo que delineaban los límites de mi paraguas y nos empezamos a empapar. A decir verdad estaba un tanto cansado (por mi día) pero sabía que algo extraordinario iba a pasar todavía quedaban demasiadas cuadras para llegar a nuestros departamentos hermanos (3A y 4A), a nuestro edificio. Te propuse la idea de tomarnos un taxi. No tenía un mango pero al día siguiente iba a pedir un adelanto de sueldo al dueño del bar en donde trabajaba los jueves y viernes.

-Nunca me dijiste que me amabas…-ella.

Esa fue la primera parte de la respuesta que andaba buscando esa noche pero las incoherencias de la lluvia, los pantalones mojados, los adoquines y esas líneas blancas de otro material (¿mármol?) que dibujan la sombra del Cabildo disparaban tu atención y complicaban una respuesta continua. Debía esperar una hora más.
Mi mirada se escapó y de vuelta no te escuché, seguías con la idea fija de los planteos de tu vida, la mala fortuna que tenemos y le agregabas ahora, la necesidad de una madre viva con quien hablar.
Me senté a tu lado sin mirarte, pude ver que como nosotros también hay mucha gente que se moja y no porque quieren lavar sus cuerpos y sus mentes, sino porque el mundo les jugó una mala pasada de verdad. Encontré las luces de las farolas que alumbraban un montón de palomas que se peleaban por una misma rama, tal vez eso sea vanguardismo: volar, no pensar y cagar cabezas de despistados.
También me detuve a mirar un hombre que dormía en uno de los bancos, vos también mirabas lo mismo, seguramente estaba borracho o drogado pero lo que llamaba la atención era que una luz de un reflector lo iluminaba como si fuera a ser salvado de la pesadilla de vivir en una plaza. Quizás, podía tener la suerte de actuar como un prisma y brindarnos un arco iris.
Dejaste la caer la cabeza en mi hombro y te diste cuenta del error, era un juego a muerte, el último TEG.

-Loca dale, pasémosla bien que esta es la última noche- dije
-¿Cómo sabes que es mi ultima noche?- ella
-Madonna mirá…
-¿Cómo me dijiste?-
-Algún día te explicaré, dale tomemos un taxi que te vas a resfriar como siempre.-

Tenías mucha suerte para los taxis, no se porqué siempre que estaba con ella conseguía tomarlos en lugares imposibles. Recuerdo la noche que te encontré en la degustación de la casona Chateau Carreras (¿Era “Artes y vino: Desnudos”?). Yo estaba trabajando completamente tranquilo hasta que una nube de perfume inconfundible me avisó de tu presencia. Estabas bellísima y no olvidabas nunca por esos días ese collar de semillas bolivianas o colombianas que te había traído no se quien de regalo de su viaje. No eras de las mujeres que se enclaustraban en una misma forma de vestirse, sino que variabas tu vestuario siempre que podías. Quizás así podías despistar o aparentar siempre algo que nunca supe que era. Siempre ocultabas algo y eso era lo que más me gustaba.
Ese día fue la primera vez que te vi de rojo y haciéndome una broma (de las que me enfermaba) me dijiste que el collar que llevabas era amarillo como tu bolso, yo sabía que no podía ser cierto porque aunque los amarillos también los confundía, la combinación no la observaba extravagante, tan vanguardista. Al final me quedé con esos colores que elegiste que viera: rojo y amarillo.
Pude no imaginarte posando desnuda pero no quise, pensé demasiado en eso, tanto que derramaba demasiado vino cada vez que me tocaba servir una copa. El arte se había introducido de a poco en tu cuerpo y mirando pinturas con cierto rechazo al silencio, paseabas medio borracha por toda la sala como si fueras un óleo más que podía moverse dentro de mi cabeza, hablando de desnudos. Y mágicamente, esa noche el cuadro de Munch que me topé por casualidad pudo desplazarse por un rato en la capital de Córdoba.
Te acercabas hacia el lugar donde trabajaba, y me mirabas sólo cuando tus ojos giraban tratando de encontrar al “colgado” (se creía pintor y yo Roberto Arlt) que te había invitado.
Les preguntabas infinidades de cosas sobre el vino (que te había enseñado con paciencia) a cualquier sommelier que cruzabas y desde ese día inauguramos el juego que llamábamos TEG.
Como siempre que se te daba la oportunidad, hablabas de las aventuras de tu padre y del museo propio que pudo armar con los cuadros heredados de no se que pintor importantísimo de tu pueblo (te enfermaba que yo no le diera crédito).
Empezaba a retirarse la gente y llegaste hacia mí con una frase demasiado directa que escuchó hasta mi jefe:

“Me voy con vos, Remo Erdosain con peperina”.

Te aferraste demasiado al diálogo esa noche pero siempre terminabas por aburrirte de las personas y te retirabas afuera a fumar, o al baño. Te gustaba la soledad y disfrutabas de ella. Pero ese día estuviste algo distinta, estuviste formando una burbuja invisible que podía entrar sólo yo, por eso entendí después que tu pintor se había ido sin ofrecer demasiadas puteadas a tu madre. Sentí que estabas en un lugar en el que querías permanecer por siempre, deslizándote sobre aquel palacio en el cual podía verte de reojo y jugábamos al TEG.
Terminé de trabajar y me esperabas sentada en una silla que por casualidad encontraste, tus zapatos querían salir de tus pies, tu copa quería mas vino y tu cigarrillo quería durar unas pitadas más. No estabas bien como de costumbre, pero en el inconciente estabas feliz.
Tu peinado quería ser sofisticado y desde que me acerqué hacia vos, traté de desprestigiar tu esfuerzo… Nos reíamos y me abrazabas, no podías desenganchar un par de invisibles que sujetaban un flequillo amarrado y salimos por un taxi.
Los autos se iban del lugar y quedábamos solos en medio de la nada, tuviste la mala idea de tomarnos el E1. Esperamos en esa parada menos de un minuto, no sé de donde aparecieron dos taxis pero estiramos las manos haciéndoles seña. Estaba cansado de traje y zapatos y vos cansada por el vino. El primero no nos paró, el segundo nos llevó a casa.

Pensaste que era mucho mejor que vayamos al cuarto piso, nunca ibas a casa, siempre era yo el que bajaba por las escaleras. Llegamos juntos hasta la puerta de mi departamento y mientras no podía encontrar las llaves en mi bolso encontré una mano y un rostro que quería perderme. Te apoyaste sobre la pared y mientras te miraba puse las llaves dentro de la cerradura como pude, dejé las llaves colgando (se iban a caer) y mientras apretabas mi brazo con tu puño, una de mis manos se cruzaban en tu espalda y subía despacio hacia tus omóplatos. Dijiste algo como: “tal vez esto es lo que yo quiero”, quise callarte, destruías los colores de tu rostro, la luz del pasillo se apagaba, tiraste por la borda esa cartera y tus zapatos que colgaban; y con las dos manos que se apoyaban en mi pecho ya caídas se enganchaba el collar que rompiste. Las semillas se desparramaban sobre el piso y nadie las veía, nadie las miraba ni las escuchaba. Tu nariz se acercaba hacia mi boca y una espalda tibia calentaba mis brazos. Habías formado un cinturón con ellos y ese lazo parecía marcar los límites de mi universo. Dejaste caer un beso sobre mi cuello y una cama totalmente desecha de celos te estaba esperando detrás de esa pared a la que nos acercábamos.

Toc…

Toc…

Toc… Mis zapatos…

-No camines, shhhh.

Pisabas con tus pies los amarillos, estabas descalza, tenias frío y mareo en un mes de diciembre, nos quedamos en la oscuridad un rato más y de repente, alguien tenía que ceder a la tentación de tu boca.
Quizás todo paso medio rápido, fue la velocidad de tu luz que no pude alcanzar, debí callarme y no invitarte a pasar. Tal vez la vida nos quería separados por un piso…

-Estas hermosa de rojo…
-¿De rojo y amarillo?, reías.
-Dale, entremos que tenés frío.
-Remo estas loco… estoy loca y no te amo… ¿sabías?

Prendiste la luz, miraste mis ojos, levanté las llaves del piso y mientras juntabas lo que quedaba de tu collar abrí la puerta de mi departamento. Entré y dejé la puerta entreabierta para que la luz de mi departamento iluminara tu rojo y mis amarillos dispersados como estrellas que juntabas de mi universo. Te miraba y tuve un deseo: buscar de mi vitrina aquel Malamado que tanto atesoraba… y mientras la copa se iba llenando vos me miraste y me dijiste “hasta mañana”.

-Hasta mañana-



CUATRO

El taxi nos llevaba una vez más como aquella noche, yo, tratando de encontrar una charla sobre el clima con el taxista moví mi cabeza hacia tu semblante triste, ¿el miedo a la tristeza absoluta?
Caperucita mojada, ¿tu clima esta tan tormentoso como el de mi ciudad?- dije- y el taxista se cayó. Estabas muda y me miraste como con cierto lenguaje de señas que yo sólo parecía entender (callate pelotudo).
El taxi subía por Vélez Sarsfield y dobló por Yrigoyen, sabíamos que estaba buscando un camino un tanto más largo, no dijimos nada y seguimos callados hasta la puerta del edificio cuando me ofreciste cinco pesos en monedas que no acepté.
La contribución estudiantil, los cospeles, la luz, el gas, el alquiler, el teléfono e Internet; cinco pesos un veintinueve de mes eran una fortuna.
Dejaste que buscara mis llaves (nunca las encontraba) y el portero que nunca estaba despierto fumaba en el alerito que formaban las chapas del edificio que se construía al lado. Le pediste que nos abriera y accedió.
Caminamos por ¿hace mucho que no te digo que te amo? ese pasillo eterno hasta los ¿hace mucho que no te digo que te amo? ascensores y te pregunte ¿hace mucho que no te digo que te amo? que te andaba pasando ¿hace mucho que no te digo que te amo?, hacía varios días que no nos mirábamos. Sólo eran mensajes en el celular y mis llamadas que no contestabas.

Nada tontón, quedate tranquilo…

Entonces, como aquella noche de tus rojos y mis amarillos subimos a un cuarto piso, prendimos la luz del pasillo, mi universo empezó a crearse pero de repente se apagó cuando pasaste rápidamente por la puerta. Tenías mucho frío y yo también, estábamos empapados… fui a buscar una de las dos toallas que tenía sanas para dejarla sobre tus hombros y me preguntaste si tenía café y el termotanque prendido. Te manejabas demasiado bien en mi casa, era exactamente igual a la tuya, nada más que en mi casa ahora había demasiados vinos y fotos de mi novia.

-¿Qué esperas para ir a ducharte? Andá dale… te puedo prestar ropa de mi novia, siempre deja demasiada.
-Y después me acuesto en tu cama ¿En que lugar de tu mente quedó el “hace mucho que no te digo que te amo” cuando me ofreces ponerme ropa de tu novia y ducharme en tu casa?

No supe que decir, tenías razón, pregunta y una respuesta a la vez. No sé que te pasaba, planeabas algo con miedo y muchas lágrimas. En ese momento entraste al baño, cerraste la puerta por un instante y la volviste a abrir, sentí el fuego del termotanque en mi cabeza. Yo estaba en la cocina preparando café muerto de frío y de miedo. Básicamente, pensaba en dos cosas opuestas: ¿hace mucho que no te digo que te amo? y mi novia. Y mientras batía café apoyado en la mesada pude pensar que mi vida se decoloraba o se transformaba de a poco en un abrir y cerrar de ojos en los colores que escondía la Madonna detrás de su cuerpo. Estaba ciego de pensamiento, sólo podía sentir una misma lluvia caer, la de la Docta y la que caía sobre el cuerpo de René.
Estaba muy callado el silencio, decidí abrir un poco el ventanal que separaba la misma lluvia. Entraba el frío exacto como para pensar profundo y tratando de hacer futurología me perdí en unos nuevos amarillos que se formaban en el piso de la cocina. La puerta abierta que separaba una vida de otra estaba completamente abierta y podía ver tus sombras en la cortina de la ducha. La espalda de un Munch. Creo que nunca pude ver a mi novia desde tu sombra, esa que se iba derritiendo de poco.
Sabías que me había sentado en la mesa a esperarte (puta pava que chifla) y en silencio empezamos a romper las fichas, el tablero, los limites y tiramos los dados por última vez para que no existiera más el TEG. Puta pava que chifla que llamaba, saqué dos tazas eternas de la alacena (una decía “te voy a amar toda la vida”), agregué azúcar al tuyo y mientras caía el agua de la pava escuché…

¿Tenés dkljl choc,gñlnervñldf tan r*/aakl%&o?

Dejé las tazas en la mesa, me acerqué hasta la puerta del baño y te pregunté si necesitabas algo, querías chocolate venezolano (te volvía loca), una de las tantas cosas de las que guardaba celosamente en una vitrina colmada de vinos y puros. Fui a buscarlo. Volví a sentarme en la silla y mientras terminabas de ducharte tu mano salió de las sombras para buscar una toalla.
Saliste medio mojada o completamente mojada, empezaste a desnudar lo poco que te quedaba de intimidad frente a un café. Tapabas los amarillos del piso y con la toalla aferrada sobre tu busto caminaste descalza hacia mi silla. Cerré los ojos un instante para reconocer el aroma que me podía brindar este instante: tu cuerpo tibio, la lluvia, el café y un chocolate que acercaste con tu boca. Te sentaste sobre mis piernas y pude encontrar el calor de tu sexo. Inmóvil (¿estoy con la ropa mojada?) trate de quitarme el pudor de besarte y esta vez no fue imposible. Aquellos labios perdieron mi visión, nublaron lo poco de cordura que me quedaba…

¿Donde estabas amor?
Apagamos las luces
Reías
Un ruido de pierna que choca sobre una silla
El café se enfriaba
Un beso sobre tu vientre
Un celular que suena a lo lejos
La lluvia que desparrama nuestras sombras sobre la ventana
Una rayo que condena una charla…

-Remo Erdosain… no creo amarte.
-Pero que puro que es tu amor, siempre pudiste crear un mundo para que te ame pero yo no amo a nadie. Soy una luz blanca que entra en un prisma y no refleja. Soy como la luz del sol que ante la lluvia de verano no forma arco iris, ¿Entendés?-

¿Es pregunta para estar desnudos en el piso? Pensé. Y mientras me paraba, sentía que mis ojos se volvían cada vez más lluvia, lluvia que no podías atravesar para formar arco iris. Encendí un cigarrillo, el fuego volvió tu cara visible y te observé desnuda en el piso con tu mano derecha de almohada y tu izquierda haciendo circulitos en el piso. Cerraste la ventana con uno de tus pies y te pusiste a jugar con la humedad que se formaba: escribías mi nombre. Y yo, te amaba.
Podía ver todos tus rojos, quería verte nuevamente diciendo “Me voy con vos” pero nada de eso iba a pasar. Sólo iba a llorar junto al cuerpo de la mujer que amo, la que hace olvidar que figuro entre los objetos de esta casa.
Seguro que si fuera otro estaría feliz charlando de lo bien que hicimos el amor, de lo buen amante que soy como para tenerte en mi casa desnuda tirada en el piso sin importarte lo transpirada que estés; pero nunca pude pensar así, sólo podía sentir tus abrazos desvanecerse frente a los míos, aquellos que necesitaste cuando murió tu madre, rendías mal o te puteaba el “colgado”. Como era de esperarse el sexo no cambió nada, sólo pudo reforzarme la definición de pelotudo.

Llevé lentamente las tazas cargadas de café junto con mi cuerpo mareado hasta el microondas. Puse a calentarlas dos minutos…

1:59-
-Creo que no soy estas lágrimas, yo debo ser otra cosa en tu vida, no puedo ser sólo el tonto que te coje una noche que estás triste- dije

1:50-
- A veces siento que te amo. Te extraño demasiado como para decirte amigo, por eso nunca te presento así frente a mis conocidos- René

1:45- (Pensaba en el “A veces”)
-¿Levantate querés?... que con los pies más arriba que tu cabeza no podés pensar bien y decís incoherencias-

1:40-
-Vos dejá de mirar el micro que esos aparatos te avisan cuando terminan… y mirame a los ojos que es la última vez que querés verme, vení a mi espalda, abrazame-

Hubo un instante en cual no supe que hacer, tenía frío y volvía a ocupar el mismo lugar de siempre. Entré a mi habitación a vestirme y vos seguías tirada en el piso, esperándome “Ey… vení acá que no soy tu novia”… Yo seguía ocultando mis lágrimas ahora sobre una camiseta y un pantalón. Te busqué, te di la mano y ayudé a levantarte.

0:59-
-Abrazame, vení a mi espalda, miremos la lluvia un rato más…

De repente, la noche se volvió respuesta y pude ver dos cuerpos unidos que debían estarlo así siempre, pero por alguna causa, quizás por la deuda –una charla- que siempre tuvimos no pudo ser posible. Quizá esta noche nunca debería haber existido, deberíamos haber juntado los dos mis amarillos de mi universo aquel día, y yo no haber pasado tan rápido por aquella puerta. Seguramente, esta noche fue una segunda oportunidad, una oportunidad demasiado real, demasiado humana. De verdad, no pude refractar tu luz blanca.

-Tenés razón, nunca pude descomponer tu amor en cada color que lo forma, no supe transformarlo y mirarlo de a poco, despacio. No pude formar un arco iris que ilumine nuestras almas-.

0:30-
-Me voy a Francia José, me voy y no se si vuelvo. Sabés bien que mi viejo es de allá y él tiene mucho más posibilidades de trabajar en un museo donde se le reconozca su trabajo. No se si vuelvo entendés… y creo que ahora te amo. Miranos sobre el vidrio Remo, ¿nos ves?... (Nos derretiamos sobre la lluvia- vos desnuda, un cuadro-) esto podría ser esa luz de la que tanto hablamos, la que necesitamos…
No lloremos, ya llore demasiado estos días, por eso no quise atender tus llamados.
Te amo, ¿hace mucho que no te digo que te amo?- René



0:00-

La alarma del microondas sonaba y yo fui a buscar las tazas, reíamos, te pusiste la ropa de mi novia y mientras tomábamos cada sorbo nos observábamos, creo que nos mirábamos antes, no ahora, mirábamos recuerdos.





FIN

26.6.10

Oblivion: parte de los no recuerdos


Oblivion
parte de los no recuerdos



Fue una revolución y en su oscuridad guardaba el néctar de dos amantes. Fantasmas que querían regalarse en las ferias del barrio. Figuras excitadas que fueron desgarrándose hasta parir sus propósitos-deseos, mientras las agujas del reloj eran corridas por pulmones que agitados bramaban inteligencia o locura, para terminar destruyéndose sobre sus yemas.
Ellos miraban pacientes sus cuerpos entrelazados y un halo de brumosa tempestad los fue asfixiando en demasía. La delicada armonía que batallaba contra sus plañidos la fue inundando y el perfume de él (el deforme), no era más fuerte que el de un helecho seco, pero intentaba tener con todas sus fuerzas el aroma de los cachorros acurrucados.
“Sin duda (que recordar u olvidar) fue” algo nuevo, ahora retrógrado y auténtico. Alguna grabación de la que todos hacemos uso, las idas y vueltas de sus días, lo contemporáneo, ella gritándole después y el deforme esperando en el farolito, la calma de las sábanas, lo extremadamente bonito y el ruido del fuelle que se contraía cuando ella (o él) no aparecía. Y tal vez, el cuerpo que derramó su única claridad estaba cerca de su realidad perfecta cuando miraba sus párpados por dentro.
Él destruía hasta los portones de fundición, los compases lúdicos y los cristales. Había que sentirse orgulloso de “algo” en aquellos momentos, porque escuchó alguna vez, que fuera cual fuese el cambio siempre mejoraría al estancamiento –el ideal retraído de aquellos artistas burgueses-.
Pero sentía el deber de aferrarse a su boca.
Creía en el sentido oculto de los
Estúpidos
y se dejaba llevar lentamente por extremidades de seda y por sus costillas que golpeaban como vagones de sueños-deseos por las vías de un tren cuasi infinito.
A veces, no se toleraban. Ni en la bruma. Y hacían el amor en cada esquina, separados por un cenicero y un piso de parqué muy maltratado. Pero otras, no eran otras o sí, o las mismas, más bien eran noches pacificas en donde reinaban los colores claros y los chelos, donde podían agarrar cada uno el pañuelo blanco o tirar la toalla, como púgiles mareados (les contaban en sus caras) de efervescente amor.
Y la música estaba en constante sintonía pero en otra dimensión, una dimensión que les servía de lecho. Entendían que sonreír acurrucados entre los compases algo desfasados de aquella cuna era como amamantar a los desprotegidos, a los forajidos, a los indigentes y a los borrachos.

Recién volvía a la realidad cuando ella caminaba firme (como martillo sobre las baldosas) por la ciudad sin farolito, eran nuevos, el no recuerdo, novedosos, incoherentes. Y él sabía bien, que todavía la podía besar mientras se quedara quieto, el mero recuerdo -Existencia subjetiva-.

De pronto recordó el relato de su abuelo (aquello no era así, no era tango) y decidió prender un faso.
Entre respiraciones nebulosas la carpeteó doblando por la esquina en ochava y dejó que por fin el bandoneonista terminase de tocar “Oblivion”, justo cuando una etiqueta abollada le parloteaba de las minas.




Teseracto
Villa Carlos Paz
entre los meses de febrero y julio

9.6.10

Sobre la 18 (Práctica de las velas)



Las luces reales nos pintan poco,
prendamos velas negras y verdes que nublen


Amor,
que debe ser lo religioso
aquello que comentan,
cuando nos encuentran en una banquina.


Prendamos velas con carne,
Sí, quiero... si quieres
volvámonos grito una tarde
o dos velas verdes, sobre el camino.


¿Qué son los gritos religiosos
o los ritos de fuego loco?
Si uno nace humano y se vuelve brasa con poco combustible.
Si calcinado cuando te acuestas recreas al dedo sobre la hornalla.
Andá y hace la prueba:
la lluvia sin gasolina nada prende.


"Averiguación causales de muerte",
¿Quién escribió eso?
seguro que quiere seguir siendo humano
y amar a veces un poco,
acostumbrado,
a los besos tranquilos
y los gritos vivos,
si saber nada de gritos felices
o de desencarnarse sufriendo.